De
tierras lejanas él arribó a mi auxilio de taciturnos momentos quemados del
hambre por satisfacer los deseos de la carne trémula.
Cuando nos
encontramos, la piel se enquisto en fuego para desfogarnos en besos imperiosos
dentro del sinfín de los delirios.
Foráneo
caballero se entusiasmó con el brío resplandeciente de las curvas de mi cuerpo
para tomarme en sus brazos y subirme a la carrosa del placer.
Dos
amantes blandían torturados por caricias, y despojándonos de las vestiduras,
descubrí el activo sabor de un idilio.
Su espada
erecta jugaba entre mis labios mientras los vidrios de aquel carruaje se
empañaban con los calenturosos vahos.
Con miedo
por ser descubiertos, en las tinieblas de un parqueadero él introdujo su dotado
y grueso botalón dentro de mí.
No
importaba los estrechos espacios de su auto, solo atendíamos el ímpetu de
nuestros intensos gorjeos de placer en incremento.
Sorprendentemente
nos inspiramos en posiciones, penetración tras penetración mis muslos se
estremecían de satisfacción.
El tiempo
transcurría bañado por el movimiento de su miembro chocando como olas en los
muros de roca de mi cueva.
Terminamos
el excitante canto de gemidos, regándome por adentro con el fluido blanquecino
del duro poder de un forastero.
Y desde
ese entonces cada viaje hacia mi región él viene a devorarme con el mismo ímpetu
de la primera vez.
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